Columna: A la tierra no le importa su día

En el marco del Día de la Tierra, el académico de College UC y del Instituto para el Desarrollo Sustentable, Sebastián Ureta, analiza la relevancia de actuar diara y decisivamente ante la crisis socioambiental.

 

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A la Tierra no le importa su día. El planeta es completamente indiferente al hecho de que, hace más de 50 años, hayamos decidido fijar el 22 de abril como el día de la Madre Tierra. Esta indiferencia no se debe únicamente a que la Tierra no sea, ciertamente, consciente de esta conmemoración. Incluso si por alguna extraña razón pudiera tomar consciencia de este hecho, encarnando a una Gaia pensante, podríamos esperar que le fuera mayormente indiferente porque las razones que se han elegido para conmemorar este fecha – la necesidad de hacernos cargo la crisis socioambiental en curso – no son realmente de su interés. La Tierra va a seguir aquí, sin importar cuan negativas sean las consecuencias de nuestra inacción respecto a la crisis. Incluso si esta desencadena fenómenos de cambio climático extremos y conlleva la desaparición de buena parte de la actual biodiversidad, a la Tierra no le va a importar. Porque en el largo plazo, en el plazo de eras geológicas que le son relevantes, las cosas van a volver a estar medianamente como estaban. Ya pasó antes y volverá a pasar a futuro.

Me atrevería a afirmar que, como especie, a la humanidad tampoco debiera importarle este día. Más allá de augurios catastrofistas que predicen el fin de los tiempos (humanos), probablemente la humanidad – o al menos una cierta versión de la humanidad – va a poder sobrevivir a condiciones climáticas extremas, contaminación extendida y ecosistemas radicalmente empobrecidos. Si comunidades pudieron sobrevivir, e incluso prosperar, por siglos en entornos tan demandantes como Islandia o el Sahara, es probable que algunos grupos humanos van a poder sobrevivir en un mundo de crisis socioambiental avanzada. No va a ser agradable, conllevará probablemente niveles de malestar y sufrimiento inauditos, pero la humanidad va a seguir aquí.

Entonces, ¿a quién debiera importarle este día de la Tierra?

Obviamente debiera importarnos a todos, acuciados por la terrible posibilidad de una Tierra con escasas posibilidades de sobrevivencia. Especialmente, debiera importarnos a aquellos que aún apostamos por un bienestar común, por la mantención y expansión de ciertas condiciones socioambientales básicas que permitan la proliferación de una heterogeneidad de trayectorias vitales, tanto de humanos como de otros seres vivos. Esta apuesta busca romper con la creciente privatización del bienestar socioambiental, desde casas con aire acondicionado 24/7 hasta parcelas en la Patagonia adonde escaparse cuando las cosas se pongan muy malas. También busca romper con una creciente estetización en la protección de la biodiversidad, según la cual solo animales y ecosistemas espectaculares tienen derecho a ser conservados. Desde una perspectiva del bienestar común, un medio ambiente deseable se entiende como un espacio de amplia acogida, especialmente de los vulnerables, aquellos con menos medios materiales o que nuestros juicios estéticos consideran como poco atractivos.

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Porque eso es lo que perdemos cada día que dejamos de actuar en forma decisiva en relación con la crisis socioambiental. La mantención de una Tierra que por miles de años – aunque no desde siempre – ha permitido la proliferación de una infinidad de formas y trayectorias de vida, especialmente de aquellas más vulnerables y precarias, de aquellas menos productivas y especulativas. Una Tierra acogedora y benevolente ha permitido innumerables experimentos y tolerado fragilidades.

La Tierra hacia la cual nos dirigimos no va a permitir esos  excesos. Va a ser una Tierra rigurosa y avara, que va a castigar cualquier trasgresión que se aparte siquiera un poco de la mantención de la vida. Una Tierra con cada vez menos espacio para el juego o la belleza, la fragilidad o los errores. Esta va a ser, finalmente, la Tierra de la “supervivencia del más fuerte”, con la cual han soñado por décadas los lectores más reaccionarios de Darwin.

El día de la Tierra, por tanto, nos invita a conmemorar y proteger nuestra Tierra. La Tierra que por los últimos milenios nos ha acogido de forma generalmente benevolente, permitiendo el surgimiento de una increíble diversidad biológica y humana. Pero también debiera ser una advertencia de que la Tierra del futuro – al igual que muchas Tierras del pasado – va camino a ser cada vez menos benevolente. Aún está en nuestras manos decidir en qué tipo de Tierra queremos vivir.